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Mensaje de Navidad 2019: “Yo estoy con vosotros”

Publicado:
20 diciembre, 2019

“Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti”. Queridos hermanos y hermanas, esta expresión de uno de los sermones de Navidad de San Agustín, es una invitación a tomar conciencia de que el acontecimiento del nacimiento del Señor nos afecta a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Nos afecta a nosotros, te afecta a ti. Dios se ha hecho hombre por ti, por mí; ha nacido como uno de nosotros, se ha hecho cercano y nos acompaña en el camino de la vida. No estamos solos. Él ha venido para estar con nosotros. La Buena Noticia que anunciaron los ángeles en Belén – “hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”– es una noticia actual para el “hoy” de nuestra sociedad.

La luz, el consuelo y la alegría que irradia el misterio del Nacimiento de Cristo ilumina uno de los dramas preocupantes de nuestro mundo: la soledad. Numerosos estudios detectan con preocupación esta situación que afecta a muchas personas, jóvenes y mayores, y las noticias referentes a personas que mueren sin que nadie lo note ratifican esta situación.

En este mensaje navideño deseo hacer un llamamiento a todos los fieles de la diócesis y a todas las personas de buena voluntad que quieran escuchar estas palabras, para que, al intercambiar nuestras felicitaciones, nos preguntemos cómo hacerlas llegar también a las personas que no reciben habitualmente ningún gesto que les haga sentirse acompañadas. La soledad más radical es no sentirse amado. La percepción de no contar para nadie hace que la persona experimente el más amargo aislamiento y abandono.

Si en la Navidad celebramos que Dios se ha interesado por nosotros hasta el punto de enviarnos a su Hijo, el Enmanuel, el Dios-con-nosotros; si nos ha amado hasta el punto de mostrarnos su ternura en el rostro del Niño Jesús para que nos sintamos mirados por Él, ¿cómo no despertar para buscar la cercanía de los que quizás, cerca de nosotros, no se sienten mirados y acompañados por alguien?

El que está solo parece “invisible” en nuestra sociedad. Dice un salmo: “¿Quién como el Señor Dios nuestro, que habita en las alturas y se abaja para mirar al cielo y a la tierra? Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo”. ¿Sabemos nosotros mirar al hermano “olvidado” para sentarlo a nuestra mesa? Quiera Dios que en nuestras parroquias, en nuestras familias y en toda nuestra sociedad se produzca la inquietud por buscar a estas personas que están solas para que sean partícipes, no sólo de nuestras fiestas navideñas, sino de nuestro día a día.

La soledad de los ancianos es quizás la que asalta, en primer lugar, nuestra conciencia. Ellos han trabajado duro por nosotros, se han sacrificado generosamente y es muy doloroso para algunos sentirse, como dice el Papa Francisco, “descartados” de nuestras vidas.  Correspondamos también generosamente acercándonos a ellos, contando con ellos, aprendiendo de su sabiduría. De ellos hemos recibido la herencia preciosa de nuestra fe cristiana y las tradiciones entrañables de la Navidad. ¿Cómo olvidarnos ahora de ellos dejándolos solos?

Pero no solo muchos de nuestros mayores experimentan la soledad. También en los jóvenes hay situaciones que nos interpelan. El Papa Francisco, en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Panamá al inicio del año que ahora concluimos, nos planteaba algunos interrogantes que debemos releer. Así, aludiendo a las palabras de un joven decía: “cuando uno se descuelga y queda sin trabajo, sin educación, sin comunidad y sin familia, al final del día nos sentimos vacíos y terminamos llenando ese vacío con cualquier cosa, con cualquier verdura. Porque ya no sabemos para quien vivir, luchar y amar”. Y añadía:  “muchos jóvenes sienten que, poco a poco, dejaron de existir para otros, se sienten muchas veces invisibles”.

Las fiestas de la Navidad nos estimulan a abrir los ojos, a contemplar al Invisible que se hizo visible en nuestra carne y a descubrir a esos hermanos que no vemos. Hay otras muchas formas de soledad a las que necesitamos acercarnos, para decir al que está aislado: “eres importante para mí; cuenta conmigo; caminemos juntos”. Entre ellos se encuentran los que están en la calle sin hogar; en los hospitales sin compañía; las madres que afrontan solas el cuidado de sus hijos; personas que se sienten solas e indefensas ante cualquier tipo de violencia; quienes viven lejos de sus hogares o de su patria; los que viven la ausencia de sus seres queridos; y otras personas especialmente vulnerables. Que el Niño Dios nos inspire los pasos concretos, sencillos y auténticos, que nos lleven al encuentro con Él en los hermanos, ofreciéndole nuestra humilde compañía.

Con las palabras de este mensaje, he intentado, queridos hermanos y hermanas, haceros llegar mi felicitación navideña con el deseo de que nadie quede excluido de esta experiencia de fraternidad. Que la ternura que recibimos del Niño-Dios la compartamos con todos y nadie deje de percibirla.

Termino este mensaje con las palabras que serán proclamadas en nuestras iglesias en la primera lectura del primer día del año nuevo: “El Señor te bendiga y te proteja… El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. ¡Feliz Navidad!

✠ José Vilaplana Blasco
Obispo de Huelva

 

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